jueves, 24 de octubre de 2013

A la tercera campanada

Me despierto en un sitio cerrado, siento que estoy boca abajo pero no veo cómo estoy ni qué me rodea. Hace frío pero no me incomoda, es más, lo noto como algo habitual. No sé cómo he llegado aquí ni por qué estoy boca abajo, sólo sé que no veo nada, estoy a oscuras.

De repente mi situación cambia, ahora me encuentro acostado y puedo ver una pequeña luz al final de un túnel. No puedo ver qué hay afuera y sigo sin saber dónde estoy. Sin darme tiempo a percatarme de nada más oigo una gran explosión a mi espalda que me empuja. Siento calor, demasiado. La salida del túnel se acerca cada vez más y yo cada vez tengo más miedo.

La fuerza del impacto hace que salga del túnel pero sigo sin poder ver nada, ahora es la luz del sol lo que me ciega, he perdido el contacto con lo que me rodeaba y siento que estoy volando. Salgo girando y me desoriento.

Cuando por fin consigo ver qué tengo delante sólo puedo ver la frente sudorosa de un pistolero y sus ojos mirando al infinito tras de mí. Su mirada daba miedo; era el miedo.

Demasiado tarde, impacto contra su frente. La atravieso. Atravieso su piel y su hueso, se está cálido aquí pero la sensación agradable dura poco, vuelvo a impactar con algo pero ahora el orden es inverso, hueso y piel. Luego el aire.

He perdido velocidad y el impacto me ha deformado. Caigo sobre arena y el sol que antes me cegaba ahora me da calor. Noto sangre y arena pegada a mi cuerpo amorfo. Todo ha pasado muy rápido y desde aquí sólo alcanzo a ver un sombrero y mucho polvo en el aire.

Cuando se disipa la polvareda al fondo veo que hay un segundo hombre, no consigo verle la cara, tan sólo su silueta. Enfunda su arma. Ahora todo encaja.
 revolver-duelo

(Publicado originalmente en Chatarra Espacial el 17/06/2013)

jueves, 10 de octubre de 2013

lunes, 7 de octubre de 2013

El amor mueve el mundo.


Ya lo decía Bobby "Blue" Bland en su famosa canción: no hay amor en el corazón de la ciudad. En aquel caso él hacía referencia a un amor pasado, un amor que cambia toda tu percepción de lo que te rodea, aún más cuando éste falta. Sin embargo a mí me ha llevado a reflexionar sobre cuánto amor hay por las calles de una ciudad real. De esta ciudad.

Esta noche fui testigo de varios ejemplos. El primero de ellos llegó cuando, atravesando la arteria principal de la capital, me encontré con varios puestos de amor en diferentes esquinas. Había de todos los tipos. Para ellos y para ellas. De todo. Sin embargo, ese amor era sutil, efímero, frágil. Para muchos insignificante. Y me entristeció.

Aún así seguí deambulando. La noche se antojaba distinta.

Una vez me bajé del coche fui al local de todos los fines de semana, donde me encontré con el siguiente de los ejemplos. Una rosa de plástico en la mano de una chica muy guapa. "Mira, me la acaban de regalar" me dijo seguida de una carcajada con su amiga. El alcohol hablaba por ellas. Sin terminar de bajar las escaleras, inmediatamente, pensé en el pobre ignorante que compró ese regalo con la simple intención de ganarse algo del amor de aquella preciosa chica. Pobre de él, pensé, lo único que hizo fue donar algo al primer asiático que pasó por ahí.

Seguía mi noche, y seguían mis pensamientos.

Una vez dentro del local, el siguiente caso me asaltó de improvisto. Una conocida estaba bailando en actitud cariñosa con un chico que desconocía. Su novio era, obviamente, ajeno a todo lo que allí pasaba. Ni siquiera estaba presente. Sobre la marcha me vino lo que conocía de ella. Una de estas persona que no suelta un barco sin estar atada a otro. Y una vez más, me apenó ver su falta de amor (propio y ajeno). Pero como bien dicen, donde manda capitán(a) no manda marinero, y esos barcos navegaban en aguas internacionales.

El amor mueve el mundo, dicen, pero es la falta de éste lo que nos hace humanos.

En ese preciso instante, un mensaje en mi móvil. Ella.