domingo, 29 de septiembre de 2013

Firma como que lo has recibido.

Hay veces en que un trámite, el más simple de los papeleos, como puede ser recoger un certificado, llega a convertirse en mucho más que eso.
Cinco minutos fue lo que tardé en solucionar el problema. Cinco. Pero parecieron cincuenta.
Al otro lado de la mesa se encontraba una persona conocida. Tan conocida como que era una de esas espinitas que llevo clavada desde hace años.
No nos hablamos más que lo que dos personas desconocidas hablarían. Sin embargo las miradas y lo que no se dice hablaron por nosotros.
Ella uso la indiferencia, yo apenas pude articular palabra.
Ella ganaba la batalla mientras yo perdía el norte.
De todo aquello que hubo entre nosotros poco queda ya. Ella ha rehecho su vida mientras yo sigo vagando por la mía en busca de alguien que me saque esa espina.
Aún y con todo eso ya tengo en mi mano el documento que acredita que todo ha acabado. Al fin.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Beer & Coffee.

recorte 3

Nos conocimos en una cafetería. Estaba abarrotada y sólo había un hueco libre en una mesa; ocupada también.

En aquel rincón de la terraza estaba sentada una chica rubia leyendo una revista.  Pasaba una media hora del mediodía de un agosto cualquiera, de una gran ciudad cualquiera, pero ahí estábamos.

– Perdona, ¿te importa que me siente? –dije.

– No, no. Tranquilo.  –y siguió con la lectura.

Observé a mi alrededor en busca de algún sitio vacío en el que estar solo, pero no encontré nada.

En ese momento, se acercó el camarero a servirle la bebida a la joven. Una cerveza bien fría, servida en una jarra aún más fría, y aprovechó para preguntarme qué deseaba.

– Un café con hielo, por favor. –respondí.

Algo llamó la atención de ella en esas palabras, porque sin dejar que el camarero abandonase la mesa, levantó la mirada por encima de la revista. Una mirada que había evitado los brazos del camarero, que se clavó en mí y que me hizo estremecer.

– ¿No eres de aquí verdad?

– No, ¿cómo lo has sabido?

– Café con hielo. La gente de esta ciudad nunca bebe café con hielo. Ellos prefieren el café caliente, incluso en días como hoy.

– Pues sí, soy de fuera. Hace unos días que he llegado aquí y pensaba encontrarme con una amiga, pero se ve que ha tenido mejores cosas que hacer.

Una gota de sudor se desliza por su cuello. La miro fijamente. Sin quererlo, un halo embriagador me ha envuelto y hace que sienta mi boca cada vez más seca. Llega el café con hielo.

– Gracias. – Y bebo un sorbo.

– Vaya amiga debe de ser esa de la que hablas ¿no?

– Sí, bueno, no hace mucho que la conozco, hará unas pocas semanas. Pero me ofreció venir un fin de semana aquí y eso he hecho. Soy un hombre de impulsos, y este es uno más de ellos. No suelo pensar mucho este tipo de cosas. Así me va.

–¿Y cómo te va? –Toma un trago de cerveza.

Algo tenía esa chica que no podía evitar no contestarle. Aún sabiendo que era una completa desconocida. En ese momento, para mí, sólo era un pelo rubio y unos ojazos verdes.

– Antiguas relaciones. La típica historia de siempre. Relaciones que te apasionan tanto que te crees invencible e indestructible, pero luego algo sucede y te destroza en mil pedazos.

– Ya, suele pasar. Casualmente hoy también se han olvidado de mí. Había un “amigo” que iba a venir, pero es como la tuya, tiene cosas más importantes que hacer. Y ya que estaba por la zona decidí aprovechar y tomarme algo.

– No es un buen día para las citas, por lo que se ve. – El café estaba surtiendo efecto. Taquicardia.

– Parece ser que no. –Y clavó su mirada en los míos.– ¿Tienes los ojos raros? ¿Te encuentras bien?

“¿Qué coño me está pasando contigo?  ¡Si no te conozco de nada!”

– Sí sí, estoy bien. Serán las lentillas, llevo varías horas con ellas puestas.

Me levanté un momento en dirección al baño para refrescarme algo más que la cara. Me crucé con el camarero que nos había servido las bebidas, me dijo donde estaba el baño y fui hacia la puerta con el muñequito del niño del orinal.

recorte 5

Cuando volví ella estaba terminándose su bebida, y en ese momento pude sentirme como si fuese la espuma que quedó en sus maravillosos labios rosados. Labios que ahora se limpiaba con una servilleta de esas que tanto odiamos en las cafeterías.

Mientras tanto, yo me ponía cada vez más nervioso. Hecho que no tardó en detectar la señora que se sentaba junto a nosotros cuando tropecé con su bolso y lo tiré al suelo. Lo recogí y me disculpé, pero eso no evitó que me dedicase un gesto de desprecio digno de la más estricta madre reprendiendo a su hijo,

– Odio los secamanos de los bares. Siempre te dejan las manos mojadas por mucho que pegues las manos al aire caliente. ¿No os pasa lo mismo en vuestro baño? -Y me sentí la persona más estúpida del mundo.

"¿Qué pregunta de mierda es esa?"

– Sí, nos pasa lo mismo, pero nosotras tenemos kleenex en el bolso. –Ahora me sentí mucho más inútil que antes.

Disimulé y miré hacia la carretera mientras bebía un poco de mi vaso; intentaba refrescarme un poco más, porque, por si fuera poco, empezaba a notarme las mejillas rojas.

– Toma. –y me da una servilleta. –Límpiate el bigote, se te ha quedado un poco de la espuma del café.

Ya está. "Gracias por su visita." pensé.

– Gracias...

Veo que empieza a recoger su bolso y a enrollar la revista.

– ¿Te vas?

– Sí, tengo cosas que hacer en casa. Mañana empiezo a trabajar y quiero estar tranquila esta tarde.

– De acuerdo. Pues ha sido un placer conocerte.

– Igualmente. Por cierto, las bebidas están pagadas. –se coloca el fleco– Ya nos veremos.

Y se fue. Mientras, ahí me quedé yo con cara de pasmado, con la servilleta arrugada y manchada de café en mi mano. Notando la mirada de la señora del bolso otra vez en mi cara. Seguía teniendo esa mirada de madre, pero ahora parecía más una de esas que hablan en el patio interior del bloque.

Cuando me terminé la bebida me di cuenta que en el posavasos de mi café había algo escrito:

“Siento mi curiosidad y mi frialdad, es algo que no puedo evitar. Pero si algún día vuelven a olvidarse de ti, este es mi número. Ha sido un placer conocerte”.

Y entonces vi que el cerco que dejó su vaso en la mesa no era la única marca que había allí en aquel momento. 

No sé qué tenía esta chica. No sé qué me estaba pasando. Pero lo único que podía saber a ciencia cierta, era que algo le había afectado de la misma manera en que ver el cerco de su cerveza en la mesa me había afectado a mí.

Una cafetería abarrotada de gente y dos supuestos amigos que se olvidan de otros. Los únicos ingredientes necesarios para que dos personas totalmente opuestas se conozcan.

Eso, una cerveza, un café y hielo. Mucho hielo.

beer and coffee recorte

(Publicado originalmente en Chatarra Espacial el 5/01/2013)

sábado, 21 de septiembre de 2013

Servido en bandeja.

Me dijiste lo que a todas las personas que se acercaban a tu barra, esa gente a la que dedicabas la mejor de tus sonrisas. Ese era al fin y al cabo tu trabajo, dar el mejor servicio posible.

Sin embargo algo había en tu mirada; algo que hizo que me sintiese distinto. 

No eras la mujer más bella que jamás he visto, pero esos ojos verdes me habían mirado de una forma que me hicieron verte como tal. Yo, ese mismo que se sentaba frente a ti tras una barra ahora se sentía más desprotegido que nunca.

Te pedí lo que ofertaba tu local, me lo serviste rápidamente pero, cosas del destino, el grifo de la bebida no funcionaba y tuve que esperar. "Sí, no te preocupes, yo espero"-dije. 

A los pocos minutos se solucionó el problema y me preguntaste si deseaba algo más. Otra vez la sonrisa. Sí que quería algo más, pero no estaba en la carta. Así que pagué. Por suerte para mí no había billetes pequeños en la caja registradora con los que darme el cambio, así que me lo diste en monedas. Esto hizo que pudiese tocar tu mano, y quise agarrarla con fuerza, pero no, no me atreví. No era el momento ni el lugar.

De nuevo se asomó esa simpática mueca en tu rostro.

Terminé mi comida y me levanté de la mesa. "Gracias, hasta luego" nos dijimos. Tú seguiste a lo tuyo y yo a lo mío. "Nunca sabré nada más de ti" pensé.

Me di la vuelta y salí de tu terraza. Cuando estaba a punto de atravesar la puerta me percaté de que la cartera no la tenía en la mano como cuando llegué, me di la vuelta con la esperanza de volver a verte aunque fuesen sólo unos segundos, pero no, la tenía en el bolsillo. Aún así levanté la mirada con la esperanza de encontrarme con la tuya, estúpido movimiento el mío porque lo máximo que alcancé a ver fue tu pelo recogido y cómo el siguiente cliente te devolvía la sonrisa.

Ese era al fin y al cabo tu trabajo, dar el mejor servicio posible con la mejor de tus sonrisas.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Señores de otros planetas.

Mientras me adaptaba a mi nueva vida como superhéroe visité una cafetería en la Tierra. Adopté mi forma de “persona normal” y entré en ella. Ahí estaba yo, con mi camiseta roja con un rayo en la que se podía leer “Bazinga”, que lo vi por ahí, aunque no entiendo el chiste. Me dirigí al mostrador y pedí un café con leche, pero de repente algo pasó que me llamó la atención, el chaval que me atendía no sabía qué era eso y me ofreció varios productos: capuccino, frapuccino y otros chinos que no recuerdo. Total, que le señalé un vaso que había por ahí y me lo sirvió lleno de café.

Al girarme, vi una muchedumbre que se agolpaba alrededor de las mesas. En todas menos en una. Allí se encontraba un joven que parecía estar haciendo algo como dibujar, a diferencia del resto de las personas, que se encontraban inmersos en unos pequeños aparatos con una fruta estampada en el reverso.

– ¿Te importa que me siente? – Pregunté educadamente, porque otra cosa no, pero mi madre me crió bien y aunque tolete, educado soy.

– ¡No , no! ¡Por favor! Siéntate. Me encanta conocer gente nueva. –me extrañó su respuesta.

El joven tenía un sombrero que dejaba entrever su flequillo entre éste y unas gafas de carey sin cristales, todo esto acompañado de un bigote. Ahora de cerca pude confirmar mis sospechas, dibujaba a una persona. Tampoco le di mayor importancia.

A todo esto, yo seguí con mi cafecito en la mano. Y cuando iba a leer una revista “GQ” que había por ahí –que supuse que era suya–  de repente me dijo.

– ¿Te importa que te haga una pregunta?

– Depende, dime.

– ¿Nunca te has preguntado cual de tus padres terminó primero cuando te concibieron? Y lo que es más importante, ¿quién disfrutó más?

Me quedé por un instante sin palabras, pero pude juntar unas palabras para contestarle.

– Eso son dos preguntas… además, ¿quién se pregunta esas cosas? ¿te crees que eso es norm...

– Un “sapiofail”.

– ¿Un qué?

– “Sapiofail”. –me lo escribió, se escribía “sapiophile”. Siempre quiero saber más porque eso me hace más atractivo entre la gente que son como yo, los “sapiophiles”, que somos gente que se siente atraída por la inteligencia del prójimo.

– ¿Eh?

– No te preocupes, es normal que no hayas oído hablar de esto.

Empezó a comentarme que su principal meta era conocer la respuesta a esas preguntas que me hizo. Estuvimos buena parte de esa tarde hablando, tanto fue así, que no sé ni cómo, pero la conversación derivó en sus gustos cinéfilos, en cómo el cine sueco que cuentan historias de la edad media ya no le llenaban, que ahora lo que prefiere es el cine kazajo; también me comentó que no le gusta los teléfonos móviles, que es inútil seguir usándolos en estos días como teléfonos, y aprovechó para sacarle una foto a mi taza de café.

Después de todo esto, acabé mi café, y cuando me iba a levantar me hizo un gesto para que esperara, me pasó su dibujo firmado, era una especie de autoretrato. Se podía leer abajo del todo lo que supuse eran sus iniciales: “B.W.”, a lo que él añadió:

– Por cierto, que no te lo había dicho, mi nombre es Bruno, aunque mis amigos me conocen por Bruce, y sé de donde vienes.

No pude pensar otra cosa en el camino de vuelta.

(Publicado originalmente en Chatarra Espacial el 20/09/2012)

Línea discontinua.

Siempre nos reunimos los mismos, en el mismo sitio, en la misma ciudad, a la misma hora.
Siempre recorro la misma distancia.
Siempre la misma carretera.
Las mismas ruedas siempre se gastan en el mismo asfalto una y otra vez.

Siempre.

De noche.

Nunca me abandona esa sensación.
Nunca me deja solo.
Nunca me deja cuando vuelvo a casa. Esa carretera cuya línea discontinua separa una vía de otra es la misma que, a modo de cremallera, va abriendo mi cabeza.
Nunca se cierra. Nunca lo hará.
Nunca me decido a contar lo que siento. Nunca me salen las palabras. Nunca me he sentido con la motivación suficiente.

Nunca.

Hasta hoy.