miércoles, 4 de diciembre de 2013

La fecha señalada.



A la hora de irme a dormir siempre sigo las mismas pautas: colocar despertador, revisar los compromisos del día siguiente, preparar la ropa, etc. Así siempre, día tras día, noche tras noche como cualquier hijo de vecino.

Pero esta vez algo rompió la rutina. Tiré sin querer un lapicero en mi escritorio, desparramando por el suelo los pocos lápices y bolígrafos que tenía ahí. Vi como uno de ellos caía debajo del ropero y al meter la mano para recogerlo noté otra cosa, como una pequeña libreta. La saqué. Era una agenda. Año 2011. Una pequeña agenda azul que pretendía ser un Moleskine. La había perdido y nunca pensé que estuviese ahí.

La revisé algo entusiasmado, para qué engañarnos. Y de repente veo una fecha marcada en rojo. Un cumpleaños, una inicial y un pequeño corazoncito. Sobre la marcha me vino aquella tarde en la biblioteca. Aquel momento en el que aprovechaste que fui al baño para marcarme con tus odiosos rotuladores de colores llamativos tu cumpleaños.

Recordé toda nuestra relación. Como aquella vez que fuimos a ver unos monólogos y mientras te esperaba en la estación casi me orina un mendigo encima. Como cuando me decías lo mal compañero de piso que era ese supuesto estudiante de ingeniería que no iba a clase nunca y que menos aún sacaba siquiera la calculadora.

Todo. Absolutamente todo.

Como aquella vez en la que quedamos una vez lo nuestro había acabado y nos bebimos media ciudad. En ese momento quise tenerte. Te quise con la fuerza de los bares. Los que atravesamos en nuestro pequeño acorazado. Al menos aquel que yo creía nuestro pero que al final capitaneábamos mi soledad y yo.

Todo.

Creía que todo esto lo había superado. 2011. Ha pasado tiempo. Pero no. Me asomo por la ventana y las calles parecen querer escucharme. Todas menos la mía, que ahora mismo parece un bebé que rompe a llorar en plena madrugada. Pero no es un bebé el que llora, es un camión de la basura que cumple con su recorrido diario. Aquí es cuando deseo con todas mis fuerzas que ese señor vestido de verde coja ese cubo gris y se lleve con él todos estos trocitos que ahora se me clavan. Que recojan la agenda, tu inicial y tu corazoncito y lo manden al vertedero más lejano y profundo. Que te recojan, al fin y al cabo, y que no te tenga que ver más.

No así. No en una página de una agenda vieja.

(Foto)