sábado, 16 de noviembre de 2013

Thanatos

Como cada viernes noche me dirigía a casa de Alberto para echar nuestra partida de póker semanal. Esta vez me tocaba llevar las cervezas así que más me valía llegar pronto.

Cogí mi coche y salí de mi casa dirección a la circunvalación para poder evitar el tráfico que a estas horas abunda por el centro. Sobre todo los fines de semana.

Pues bien, cuando me incorporo a la autopista me sorprende la poca cantidad de coches que hay. No es algo muy habitual. Sabía que habría menos tráfico que por la otra ruta, pero no tan poco. Aunque ahí parece que se acerca un coche.

Sigo con mi recorrido de siempre. El coche se acerca lo suficiente para darme cuenta que es un coche fúnebre. Al coger la salida se pone a mi altura. Está vacío. De repente me atraviesa un escalofrío y me quedo bloqueado. Las bandas sonoras que delimitan el carril me sacan de mi bloqueo mental y logro redirigir el coche que iba directo a la valla.

Pasado un tiempo llego por fin a casa de Alberto; allí están todos esperando para empezar la partida.

"¿Qué te pasa? ¿Estás bien? Estás palido." -me comenta.

"Nada -contesto- se me cruzó un perro viniendo para acá y todavía tengo el susto en el cuerpo."

"¡Échate una birra anda! ¡Eso se te quita! Vengas señores, vamos a empezar..."

El susto me duraría un tiempo. Empezamos la partida y en la primera mano me tocan dos cartas con las que puedo hacer bastante. El ocho de tréboles y el as de picas. Las piernas me siguen temblando pero intento relajarme y olvidar lo ocurrido.

Sale el "flop". Dos de corazones, cinco de picas, ocho de picas. Tengo pareja. Veo las apuestas y seguimos.

"Turn". Sale un as. El de trébol. Dobles parejas. No me puedo creer lo que eso significa: la mano del muerto.

Me agobio muchísimo en una milésima de segundo. No puede ser casualidad. Me levanto de la mesa y voy directo al baño. Todos se me quedan mirando extrañados pero lo necesito. "Ahora vengo" digo y voy rápido al servicio. Llego y me lavo la cara, como si eso fuese a mejorar la situación. 

No puedo más y me voy al coche. Algo me dicen desde dentro, pero no los entiendo ni quiero. Lo único que necesito ahora es salir de allí. Pongo la radio, subo el volumen y arranco.

Hasta el locutor parecía estar confabulando contra mí: "...y ahora os dejamos con el famoso "Degüello" de la película Río Bravo protagonizada por John Wa". Apagué la radio.

De camino a casa no pude parar de pensar en todo lo que me había pasado esta noche. Este vaivén de sensaciones que no me dejaba tranquilo. 

De repente, se cruza en mi camino el mismo coche fúnebre de antes, lo reconocí por el modelo de coche, algo antiguo para los tiempos que corren. Esta vez sí llevaba un ataúd. Esta vez sí me miró el conductor. Esta vez sí que había muerto algo en mí.

martes, 12 de noviembre de 2013

Nadie le ha preguntado al Tiempo si quiere tiempo.

reloj1modificado
Cuando nos sentimos agobiados, cuando algo nos queda grande, cuando creemos que la situación es insostenible y demás, siempre recurrimos al tiempo. Queremos tiempo. ¿Cómo puede ser que algo que realmente no podemos tocar o sentir sea tan determinante en nuestras vidas?
Pregunta de difícil respuesta.
Para todo queremos tiempo, ya sea porque tenemos un examen al día siguiente y no nos lo hemos preparado bien, un encontronazo con alguna persona en la que terminamos pensando “el tiempo me dará la razón”, la famosa frase “tiempo al tiempo” y demás situaciones nos es familiar a todos pero, ¿nos hemos parado a pensar en el tiempo en sí?
Imaginemos por un momento que el tiempo es una persona. Lo que pensaría él (o ella) de la forma en que lo tratamos.
Para empezar, el hecho de perderlo indiscriminadamente. Siempre nos sentimos mal cuando alguien nos hace perder el tiempo, porque molesta, pero como se lee antes, qué pasaría si existiese la figura de El Tiempo. El estar siempre ahí para lo que nos haga falta y sin embargo obviarlo, ignorarlo mientras nosotros vemos en la tele un programa que no nos gusta, leer un artículo en internet sobre estudios y demás en lugar de tenerlo como acompañante en nuestro camino hacia una mejor vida; ya sea leyendo un clásico, desarrollando una habilidad que desconocíamos de nosotros mismos, especializarnos en una profesión, etcétera.
Y no sólo está el factor de la indiferencia hacia esta figura, luego está el acto de encerrarlo en jaulas llamadas relojes. Tener dos agujas, en ocasiones hasta tres, rasgándote una cara que te ha impuesto alguien en algún momento de tu efímera vida. Porque no lo olvidemos, El Tiempo tiene vida, efímera y eterna a la vez pero nunca se le ha podido poner cara. Tener esas manecillas arañándote eternamente, creándote pequeñas heridas que nunca sanarán mientras todo el mundo te mira y no se inmuta. Nos marca el ritmo de nuestras vidas, y si no tiene agujas, establece el ritmo con una sucesión de pequeños golpes en forma de minutos en nuestros relojes digitales.
reloj2modificado
Pero el Tiempo es una persona sabia y nos mira con el mismo desdén que aquellos que lo desperdiciamos sin compasión.
Está presente en todos y cada uno de los sitios importantes que nos rodean. Está en el quirófano de un hospital, donde recibe con la mejor de sus sonrisas a aquellos que a partir de ahora empiezan a contar segundos y es en ese mismo lugar donde despedirá a mucha gente mientras a estos les es imposible establecer contacto visual con él.
Pone el punto y final a nuestras vidas. Ya sea desde la jaula que tiene en su muñeca un juez que permite el levantamiento de un cadáver después de establecer la hora de la muerte, o mostrando su cara más cínica en un tanatorio junto al nombre de un recién fallecido, marcando la hora de la salida definitiva del mundo de los vivos y marcando el momento en que pasará a su entierro.
Valoremos al Tiempo como se merece. No existe y sin embargo es la persona más rencorosa del mundo, así que procuremos no hacerle daño, porque cuando le damos una moneda éste nos la devuelve con su valor aumentado y cuando ya es tarde.
(Publicado originalmente en Chatarra Espacial el 03/03/2013)

lunes, 11 de noviembre de 2013

Aquel señor del parque.


Después de un día intenso lo que más me apetecía era ir a mi rincón favorito de la ciudad. El parque que hay a tres manzanas de mi facultad. 

Me senté donde siempre, aquel banco justo al lado de los toboganes de los niños. A esas horas de la tarde los niños estarían resguardados en sus casas haciendo los deberes, con suerte, o enganchados a la videoconsola que su padre no puede resistirse a darle. Sólo estábamos algunas palomas y yo.

Pasaron unos diez o quince minutos. No lo recuerdo exactamente, sólo sé que fueron cuatro canciones.

Y a aquel banco se acercó un anciano. El típico anciano algo encorvado con una bolsa de lo que parecían ser migajas de pan del día anterior. Todo hacía indicar que se iba a sentar junto a mí, y así fue.

Dijo algo, pero no logré leerle los labios, así que lo mínimo que debía ser era quitarme los auriculares. No hay que ser maleducado. 

- ¿Dijo algo?

- Sí, que si no te importaba me iba a sentar aquí. -y esbozó una sonrisa cómplice.

- Por supuesto que no caballero.

En el fondo sí que me importaba pero el respeto está infravalorado en estos días y es lo mínimo que hay que tener con nuestros mayores.

Iba a ponerme otra vez los auriculares pero en ese momento unas palabras suyas interrumpieron el gesto.

- ¿Sabes que este es mi sitio favorito del parque? Vivo en ese bloque de allá y siempre que puedo me vengo al parque a dar de comer a las palomas. La televisión nos sirve para nada y leer me cansa mucho la vista.

- No lo sabía. Supongo que tiene razón, en la televisión lo único que se ve hoy en día son gritos y miserias. No merece la pena.

- Tampoco merece la pena que pienses tanto las cosas chico.

- ¿Cómo dice?

- Lo que acabas de escuchar hijo. Cuando venía hacia acá pude ver que tenías una actitud reflexiva. Como si algo no te dejara tranquilo. 

- Así es caballero. Tengo muchas cosas rondándome la cabeza estos días.

- Si me permites un consejo de persona que ha pasado mucho en esta vida, no te esfuerces en solucionar cosas que escapan a tu mano. Intenta amoldarte a la situación y sobrellevarla

¿Qué sabrá este señor de lo que a mí me pasa?

- Supongo que tiene razón. Pero es difícil. 

- Lo sé hijo. Lo sé. Y siento que tenemos muchas cosas en común, empezando por este banco y esta actitud. Yo era igual a tu edad.

- ¿Y cómo ve esa época ahora que ya ha sobrellevado esos pensamientos?

- No lo he sobrellevado. Pero he aprendido a vivir con ello. Son las taras que debes pagar cuando tienes un alma de espejo. De esas almas que invitan a la reflexión de aquellos de los que te rodean. Pero bueno, he de irme a casa. Mi mujer me espera para cenar y no me gusta hacerla esperar. Disfruta tu vida joven, espero volver a verte por aquí otro día. Un placer.

El anciano me dejó sin palabras. La música me había absorbido. Llegué a mi casa, me quité la mochila, tiré las llaves sobre la mesilla de la entrada y cerré los ojos. Al volver a abrirlos, sin saber cómo ni cuándo, encontré una señora que me llamaba para cenar. Me asusté y corrí a mi habitación. Miré al espejo y allí estaba. Era aquel señor del parque.

(Foto)

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Teseo.



¿Sabes esas tardes en las que te sientes una mierda y necesitas salir? Pues bien, hoy tocaba un de esas tardes.

Vagaba por la ciudad y necesitaba algo que me abstrajera de mis pensamientos. La música no me era suficiente así que me metí en un centro comercial. ¿Dónde puedes esconderte mejor que en un barullo de gente pensando egoístamente en comprar y comprar y comprar y...? Eso, no ver más allá de aquella tienda de la esquina.

Pues bien, deambulando decidí meterme en una gran tienda de ropa. Me apetecía ser Teseo entre todas esas señoras sobradamente perfumadas que te persiguen por los pasillos a modo de Minotauro. Pero yo no tenía cordel de oro, tenía mis auriculares colgando del cuello de mi camiseta.

Total, las esquivé y me puse a mirar los diseños de las camisetas. De repente, dos pasillos más allá vi a una chica. Rubia, labios recién pintados de tal manera que los resaltaba sin resultar excesivo, traje ceñido que resaltaba su pequeña figura, ojazos verdes. "Ariadna".

Me resultaba extraño esa chica tan arreglada ese día. Un sábado, siete de la tarde. Estaba haciendo tiempo.

Disimulé y me puse justo al otro lado del mostrador donde ella estaba.

"¿Tu chico te hace esperar?"

Pensé decirle, pero soy demasiado tímido. Cobarde según mis amigos. Pero en ese preciso instante establecimos contacto visual, aunque sin más, siguió mirando camisetas.

Justo cuando cogió una con una frase estampada en ella, miró hacia la puerta de la tienda y esbozó una sonrisa. Dejó la camiseta en el perchero, se colocó el flequillo detrás de la oreja dejando ver sus pendientes y se dirigió a la puerta. La seguí con la mirada. Allí estaba él.

Desde donde yo estaba no pude ver más que el final de su espalda y su melena rubia extremadamente cuidada. Al pasar por detrás de un maniquí la perdí de vista pero en seguida allí estaba, ahora fuera de la tienda. Abrazaba a un chico y causalidades de la vida, ahora junto a ellos paró un padre de familia a reprender a su hijo. Al agacharse me tapó a la chica, pero con ver cómo la miraba aquel chico y la forma en que la besó tuve suficiente.

Cogí de nuevos mis auriculares, me los puse y pude salir de aquel laberinto sin sentido en el que me había metido. Me vi obligado a pasar junto a ellos y nuestras miradas volvieron a coincidir.

Ahora ella era Medusa.

(Foto: Luvieur)