miércoles, 6 de noviembre de 2013

Teseo.



¿Sabes esas tardes en las que te sientes una mierda y necesitas salir? Pues bien, hoy tocaba un de esas tardes.

Vagaba por la ciudad y necesitaba algo que me abstrajera de mis pensamientos. La música no me era suficiente así que me metí en un centro comercial. ¿Dónde puedes esconderte mejor que en un barullo de gente pensando egoístamente en comprar y comprar y comprar y...? Eso, no ver más allá de aquella tienda de la esquina.

Pues bien, deambulando decidí meterme en una gran tienda de ropa. Me apetecía ser Teseo entre todas esas señoras sobradamente perfumadas que te persiguen por los pasillos a modo de Minotauro. Pero yo no tenía cordel de oro, tenía mis auriculares colgando del cuello de mi camiseta.

Total, las esquivé y me puse a mirar los diseños de las camisetas. De repente, dos pasillos más allá vi a una chica. Rubia, labios recién pintados de tal manera que los resaltaba sin resultar excesivo, traje ceñido que resaltaba su pequeña figura, ojazos verdes. "Ariadna".

Me resultaba extraño esa chica tan arreglada ese día. Un sábado, siete de la tarde. Estaba haciendo tiempo.

Disimulé y me puse justo al otro lado del mostrador donde ella estaba.

"¿Tu chico te hace esperar?"

Pensé decirle, pero soy demasiado tímido. Cobarde según mis amigos. Pero en ese preciso instante establecimos contacto visual, aunque sin más, siguió mirando camisetas.

Justo cuando cogió una con una frase estampada en ella, miró hacia la puerta de la tienda y esbozó una sonrisa. Dejó la camiseta en el perchero, se colocó el flequillo detrás de la oreja dejando ver sus pendientes y se dirigió a la puerta. La seguí con la mirada. Allí estaba él.

Desde donde yo estaba no pude ver más que el final de su espalda y su melena rubia extremadamente cuidada. Al pasar por detrás de un maniquí la perdí de vista pero en seguida allí estaba, ahora fuera de la tienda. Abrazaba a un chico y causalidades de la vida, ahora junto a ellos paró un padre de familia a reprender a su hijo. Al agacharse me tapó a la chica, pero con ver cómo la miraba aquel chico y la forma en que la besó tuve suficiente.

Cogí de nuevos mis auriculares, me los puse y pude salir de aquel laberinto sin sentido en el que me había metido. Me vi obligado a pasar junto a ellos y nuestras miradas volvieron a coincidir.

Ahora ella era Medusa.

(Foto: Luvieur)

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