miércoles, 4 de diciembre de 2013

La fecha señalada.



A la hora de irme a dormir siempre sigo las mismas pautas: colocar despertador, revisar los compromisos del día siguiente, preparar la ropa, etc. Así siempre, día tras día, noche tras noche como cualquier hijo de vecino.

Pero esta vez algo rompió la rutina. Tiré sin querer un lapicero en mi escritorio, desparramando por el suelo los pocos lápices y bolígrafos que tenía ahí. Vi como uno de ellos caía debajo del ropero y al meter la mano para recogerlo noté otra cosa, como una pequeña libreta. La saqué. Era una agenda. Año 2011. Una pequeña agenda azul que pretendía ser un Moleskine. La había perdido y nunca pensé que estuviese ahí.

La revisé algo entusiasmado, para qué engañarnos. Y de repente veo una fecha marcada en rojo. Un cumpleaños, una inicial y un pequeño corazoncito. Sobre la marcha me vino aquella tarde en la biblioteca. Aquel momento en el que aprovechaste que fui al baño para marcarme con tus odiosos rotuladores de colores llamativos tu cumpleaños.

Recordé toda nuestra relación. Como aquella vez que fuimos a ver unos monólogos y mientras te esperaba en la estación casi me orina un mendigo encima. Como cuando me decías lo mal compañero de piso que era ese supuesto estudiante de ingeniería que no iba a clase nunca y que menos aún sacaba siquiera la calculadora.

Todo. Absolutamente todo.

Como aquella vez en la que quedamos una vez lo nuestro había acabado y nos bebimos media ciudad. En ese momento quise tenerte. Te quise con la fuerza de los bares. Los que atravesamos en nuestro pequeño acorazado. Al menos aquel que yo creía nuestro pero que al final capitaneábamos mi soledad y yo.

Todo.

Creía que todo esto lo había superado. 2011. Ha pasado tiempo. Pero no. Me asomo por la ventana y las calles parecen querer escucharme. Todas menos la mía, que ahora mismo parece un bebé que rompe a llorar en plena madrugada. Pero no es un bebé el que llora, es un camión de la basura que cumple con su recorrido diario. Aquí es cuando deseo con todas mis fuerzas que ese señor vestido de verde coja ese cubo gris y se lleve con él todos estos trocitos que ahora se me clavan. Que recojan la agenda, tu inicial y tu corazoncito y lo manden al vertedero más lejano y profundo. Que te recojan, al fin y al cabo, y que no te tenga que ver más.

No así. No en una página de una agenda vieja.

(Foto)

sábado, 16 de noviembre de 2013

Thanatos

Como cada viernes noche me dirigía a casa de Alberto para echar nuestra partida de póker semanal. Esta vez me tocaba llevar las cervezas así que más me valía llegar pronto.

Cogí mi coche y salí de mi casa dirección a la circunvalación para poder evitar el tráfico que a estas horas abunda por el centro. Sobre todo los fines de semana.

Pues bien, cuando me incorporo a la autopista me sorprende la poca cantidad de coches que hay. No es algo muy habitual. Sabía que habría menos tráfico que por la otra ruta, pero no tan poco. Aunque ahí parece que se acerca un coche.

Sigo con mi recorrido de siempre. El coche se acerca lo suficiente para darme cuenta que es un coche fúnebre. Al coger la salida se pone a mi altura. Está vacío. De repente me atraviesa un escalofrío y me quedo bloqueado. Las bandas sonoras que delimitan el carril me sacan de mi bloqueo mental y logro redirigir el coche que iba directo a la valla.

Pasado un tiempo llego por fin a casa de Alberto; allí están todos esperando para empezar la partida.

"¿Qué te pasa? ¿Estás bien? Estás palido." -me comenta.

"Nada -contesto- se me cruzó un perro viniendo para acá y todavía tengo el susto en el cuerpo."

"¡Échate una birra anda! ¡Eso se te quita! Vengas señores, vamos a empezar..."

El susto me duraría un tiempo. Empezamos la partida y en la primera mano me tocan dos cartas con las que puedo hacer bastante. El ocho de tréboles y el as de picas. Las piernas me siguen temblando pero intento relajarme y olvidar lo ocurrido.

Sale el "flop". Dos de corazones, cinco de picas, ocho de picas. Tengo pareja. Veo las apuestas y seguimos.

"Turn". Sale un as. El de trébol. Dobles parejas. No me puedo creer lo que eso significa: la mano del muerto.

Me agobio muchísimo en una milésima de segundo. No puede ser casualidad. Me levanto de la mesa y voy directo al baño. Todos se me quedan mirando extrañados pero lo necesito. "Ahora vengo" digo y voy rápido al servicio. Llego y me lavo la cara, como si eso fuese a mejorar la situación. 

No puedo más y me voy al coche. Algo me dicen desde dentro, pero no los entiendo ni quiero. Lo único que necesito ahora es salir de allí. Pongo la radio, subo el volumen y arranco.

Hasta el locutor parecía estar confabulando contra mí: "...y ahora os dejamos con el famoso "Degüello" de la película Río Bravo protagonizada por John Wa". Apagué la radio.

De camino a casa no pude parar de pensar en todo lo que me había pasado esta noche. Este vaivén de sensaciones que no me dejaba tranquilo. 

De repente, se cruza en mi camino el mismo coche fúnebre de antes, lo reconocí por el modelo de coche, algo antiguo para los tiempos que corren. Esta vez sí llevaba un ataúd. Esta vez sí me miró el conductor. Esta vez sí que había muerto algo en mí.

martes, 12 de noviembre de 2013

Nadie le ha preguntado al Tiempo si quiere tiempo.

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Cuando nos sentimos agobiados, cuando algo nos queda grande, cuando creemos que la situación es insostenible y demás, siempre recurrimos al tiempo. Queremos tiempo. ¿Cómo puede ser que algo que realmente no podemos tocar o sentir sea tan determinante en nuestras vidas?
Pregunta de difícil respuesta.
Para todo queremos tiempo, ya sea porque tenemos un examen al día siguiente y no nos lo hemos preparado bien, un encontronazo con alguna persona en la que terminamos pensando “el tiempo me dará la razón”, la famosa frase “tiempo al tiempo” y demás situaciones nos es familiar a todos pero, ¿nos hemos parado a pensar en el tiempo en sí?
Imaginemos por un momento que el tiempo es una persona. Lo que pensaría él (o ella) de la forma en que lo tratamos.
Para empezar, el hecho de perderlo indiscriminadamente. Siempre nos sentimos mal cuando alguien nos hace perder el tiempo, porque molesta, pero como se lee antes, qué pasaría si existiese la figura de El Tiempo. El estar siempre ahí para lo que nos haga falta y sin embargo obviarlo, ignorarlo mientras nosotros vemos en la tele un programa que no nos gusta, leer un artículo en internet sobre estudios y demás en lugar de tenerlo como acompañante en nuestro camino hacia una mejor vida; ya sea leyendo un clásico, desarrollando una habilidad que desconocíamos de nosotros mismos, especializarnos en una profesión, etcétera.
Y no sólo está el factor de la indiferencia hacia esta figura, luego está el acto de encerrarlo en jaulas llamadas relojes. Tener dos agujas, en ocasiones hasta tres, rasgándote una cara que te ha impuesto alguien en algún momento de tu efímera vida. Porque no lo olvidemos, El Tiempo tiene vida, efímera y eterna a la vez pero nunca se le ha podido poner cara. Tener esas manecillas arañándote eternamente, creándote pequeñas heridas que nunca sanarán mientras todo el mundo te mira y no se inmuta. Nos marca el ritmo de nuestras vidas, y si no tiene agujas, establece el ritmo con una sucesión de pequeños golpes en forma de minutos en nuestros relojes digitales.
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Pero el Tiempo es una persona sabia y nos mira con el mismo desdén que aquellos que lo desperdiciamos sin compasión.
Está presente en todos y cada uno de los sitios importantes que nos rodean. Está en el quirófano de un hospital, donde recibe con la mejor de sus sonrisas a aquellos que a partir de ahora empiezan a contar segundos y es en ese mismo lugar donde despedirá a mucha gente mientras a estos les es imposible establecer contacto visual con él.
Pone el punto y final a nuestras vidas. Ya sea desde la jaula que tiene en su muñeca un juez que permite el levantamiento de un cadáver después de establecer la hora de la muerte, o mostrando su cara más cínica en un tanatorio junto al nombre de un recién fallecido, marcando la hora de la salida definitiva del mundo de los vivos y marcando el momento en que pasará a su entierro.
Valoremos al Tiempo como se merece. No existe y sin embargo es la persona más rencorosa del mundo, así que procuremos no hacerle daño, porque cuando le damos una moneda éste nos la devuelve con su valor aumentado y cuando ya es tarde.
(Publicado originalmente en Chatarra Espacial el 03/03/2013)

lunes, 11 de noviembre de 2013

Aquel señor del parque.


Después de un día intenso lo que más me apetecía era ir a mi rincón favorito de la ciudad. El parque que hay a tres manzanas de mi facultad. 

Me senté donde siempre, aquel banco justo al lado de los toboganes de los niños. A esas horas de la tarde los niños estarían resguardados en sus casas haciendo los deberes, con suerte, o enganchados a la videoconsola que su padre no puede resistirse a darle. Sólo estábamos algunas palomas y yo.

Pasaron unos diez o quince minutos. No lo recuerdo exactamente, sólo sé que fueron cuatro canciones.

Y a aquel banco se acercó un anciano. El típico anciano algo encorvado con una bolsa de lo que parecían ser migajas de pan del día anterior. Todo hacía indicar que se iba a sentar junto a mí, y así fue.

Dijo algo, pero no logré leerle los labios, así que lo mínimo que debía ser era quitarme los auriculares. No hay que ser maleducado. 

- ¿Dijo algo?

- Sí, que si no te importaba me iba a sentar aquí. -y esbozó una sonrisa cómplice.

- Por supuesto que no caballero.

En el fondo sí que me importaba pero el respeto está infravalorado en estos días y es lo mínimo que hay que tener con nuestros mayores.

Iba a ponerme otra vez los auriculares pero en ese momento unas palabras suyas interrumpieron el gesto.

- ¿Sabes que este es mi sitio favorito del parque? Vivo en ese bloque de allá y siempre que puedo me vengo al parque a dar de comer a las palomas. La televisión nos sirve para nada y leer me cansa mucho la vista.

- No lo sabía. Supongo que tiene razón, en la televisión lo único que se ve hoy en día son gritos y miserias. No merece la pena.

- Tampoco merece la pena que pienses tanto las cosas chico.

- ¿Cómo dice?

- Lo que acabas de escuchar hijo. Cuando venía hacia acá pude ver que tenías una actitud reflexiva. Como si algo no te dejara tranquilo. 

- Así es caballero. Tengo muchas cosas rondándome la cabeza estos días.

- Si me permites un consejo de persona que ha pasado mucho en esta vida, no te esfuerces en solucionar cosas que escapan a tu mano. Intenta amoldarte a la situación y sobrellevarla

¿Qué sabrá este señor de lo que a mí me pasa?

- Supongo que tiene razón. Pero es difícil. 

- Lo sé hijo. Lo sé. Y siento que tenemos muchas cosas en común, empezando por este banco y esta actitud. Yo era igual a tu edad.

- ¿Y cómo ve esa época ahora que ya ha sobrellevado esos pensamientos?

- No lo he sobrellevado. Pero he aprendido a vivir con ello. Son las taras que debes pagar cuando tienes un alma de espejo. De esas almas que invitan a la reflexión de aquellos de los que te rodean. Pero bueno, he de irme a casa. Mi mujer me espera para cenar y no me gusta hacerla esperar. Disfruta tu vida joven, espero volver a verte por aquí otro día. Un placer.

El anciano me dejó sin palabras. La música me había absorbido. Llegué a mi casa, me quité la mochila, tiré las llaves sobre la mesilla de la entrada y cerré los ojos. Al volver a abrirlos, sin saber cómo ni cuándo, encontré una señora que me llamaba para cenar. Me asusté y corrí a mi habitación. Miré al espejo y allí estaba. Era aquel señor del parque.

(Foto)

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Teseo.



¿Sabes esas tardes en las que te sientes una mierda y necesitas salir? Pues bien, hoy tocaba un de esas tardes.

Vagaba por la ciudad y necesitaba algo que me abstrajera de mis pensamientos. La música no me era suficiente así que me metí en un centro comercial. ¿Dónde puedes esconderte mejor que en un barullo de gente pensando egoístamente en comprar y comprar y comprar y...? Eso, no ver más allá de aquella tienda de la esquina.

Pues bien, deambulando decidí meterme en una gran tienda de ropa. Me apetecía ser Teseo entre todas esas señoras sobradamente perfumadas que te persiguen por los pasillos a modo de Minotauro. Pero yo no tenía cordel de oro, tenía mis auriculares colgando del cuello de mi camiseta.

Total, las esquivé y me puse a mirar los diseños de las camisetas. De repente, dos pasillos más allá vi a una chica. Rubia, labios recién pintados de tal manera que los resaltaba sin resultar excesivo, traje ceñido que resaltaba su pequeña figura, ojazos verdes. "Ariadna".

Me resultaba extraño esa chica tan arreglada ese día. Un sábado, siete de la tarde. Estaba haciendo tiempo.

Disimulé y me puse justo al otro lado del mostrador donde ella estaba.

"¿Tu chico te hace esperar?"

Pensé decirle, pero soy demasiado tímido. Cobarde según mis amigos. Pero en ese preciso instante establecimos contacto visual, aunque sin más, siguió mirando camisetas.

Justo cuando cogió una con una frase estampada en ella, miró hacia la puerta de la tienda y esbozó una sonrisa. Dejó la camiseta en el perchero, se colocó el flequillo detrás de la oreja dejando ver sus pendientes y se dirigió a la puerta. La seguí con la mirada. Allí estaba él.

Desde donde yo estaba no pude ver más que el final de su espalda y su melena rubia extremadamente cuidada. Al pasar por detrás de un maniquí la perdí de vista pero en seguida allí estaba, ahora fuera de la tienda. Abrazaba a un chico y causalidades de la vida, ahora junto a ellos paró un padre de familia a reprender a su hijo. Al agacharse me tapó a la chica, pero con ver cómo la miraba aquel chico y la forma en que la besó tuve suficiente.

Cogí de nuevos mis auriculares, me los puse y pude salir de aquel laberinto sin sentido en el que me había metido. Me vi obligado a pasar junto a ellos y nuestras miradas volvieron a coincidir.

Ahora ella era Medusa.

(Foto: Luvieur)

jueves, 24 de octubre de 2013

A la tercera campanada

Me despierto en un sitio cerrado, siento que estoy boca abajo pero no veo cómo estoy ni qué me rodea. Hace frío pero no me incomoda, es más, lo noto como algo habitual. No sé cómo he llegado aquí ni por qué estoy boca abajo, sólo sé que no veo nada, estoy a oscuras.

De repente mi situación cambia, ahora me encuentro acostado y puedo ver una pequeña luz al final de un túnel. No puedo ver qué hay afuera y sigo sin saber dónde estoy. Sin darme tiempo a percatarme de nada más oigo una gran explosión a mi espalda que me empuja. Siento calor, demasiado. La salida del túnel se acerca cada vez más y yo cada vez tengo más miedo.

La fuerza del impacto hace que salga del túnel pero sigo sin poder ver nada, ahora es la luz del sol lo que me ciega, he perdido el contacto con lo que me rodeaba y siento que estoy volando. Salgo girando y me desoriento.

Cuando por fin consigo ver qué tengo delante sólo puedo ver la frente sudorosa de un pistolero y sus ojos mirando al infinito tras de mí. Su mirada daba miedo; era el miedo.

Demasiado tarde, impacto contra su frente. La atravieso. Atravieso su piel y su hueso, se está cálido aquí pero la sensación agradable dura poco, vuelvo a impactar con algo pero ahora el orden es inverso, hueso y piel. Luego el aire.

He perdido velocidad y el impacto me ha deformado. Caigo sobre arena y el sol que antes me cegaba ahora me da calor. Noto sangre y arena pegada a mi cuerpo amorfo. Todo ha pasado muy rápido y desde aquí sólo alcanzo a ver un sombrero y mucho polvo en el aire.

Cuando se disipa la polvareda al fondo veo que hay un segundo hombre, no consigo verle la cara, tan sólo su silueta. Enfunda su arma. Ahora todo encaja.
 revolver-duelo

(Publicado originalmente en Chatarra Espacial el 17/06/2013)

jueves, 10 de octubre de 2013

lunes, 7 de octubre de 2013

El amor mueve el mundo.


Ya lo decía Bobby "Blue" Bland en su famosa canción: no hay amor en el corazón de la ciudad. En aquel caso él hacía referencia a un amor pasado, un amor que cambia toda tu percepción de lo que te rodea, aún más cuando éste falta. Sin embargo a mí me ha llevado a reflexionar sobre cuánto amor hay por las calles de una ciudad real. De esta ciudad.

Esta noche fui testigo de varios ejemplos. El primero de ellos llegó cuando, atravesando la arteria principal de la capital, me encontré con varios puestos de amor en diferentes esquinas. Había de todos los tipos. Para ellos y para ellas. De todo. Sin embargo, ese amor era sutil, efímero, frágil. Para muchos insignificante. Y me entristeció.

Aún así seguí deambulando. La noche se antojaba distinta.

Una vez me bajé del coche fui al local de todos los fines de semana, donde me encontré con el siguiente de los ejemplos. Una rosa de plástico en la mano de una chica muy guapa. "Mira, me la acaban de regalar" me dijo seguida de una carcajada con su amiga. El alcohol hablaba por ellas. Sin terminar de bajar las escaleras, inmediatamente, pensé en el pobre ignorante que compró ese regalo con la simple intención de ganarse algo del amor de aquella preciosa chica. Pobre de él, pensé, lo único que hizo fue donar algo al primer asiático que pasó por ahí.

Seguía mi noche, y seguían mis pensamientos.

Una vez dentro del local, el siguiente caso me asaltó de improvisto. Una conocida estaba bailando en actitud cariñosa con un chico que desconocía. Su novio era, obviamente, ajeno a todo lo que allí pasaba. Ni siquiera estaba presente. Sobre la marcha me vino lo que conocía de ella. Una de estas persona que no suelta un barco sin estar atada a otro. Y una vez más, me apenó ver su falta de amor (propio y ajeno). Pero como bien dicen, donde manda capitán(a) no manda marinero, y esos barcos navegaban en aguas internacionales.

El amor mueve el mundo, dicen, pero es la falta de éste lo que nos hace humanos.

En ese preciso instante, un mensaje en mi móvil. Ella.


domingo, 29 de septiembre de 2013

Firma como que lo has recibido.

Hay veces en que un trámite, el más simple de los papeleos, como puede ser recoger un certificado, llega a convertirse en mucho más que eso.
Cinco minutos fue lo que tardé en solucionar el problema. Cinco. Pero parecieron cincuenta.
Al otro lado de la mesa se encontraba una persona conocida. Tan conocida como que era una de esas espinitas que llevo clavada desde hace años.
No nos hablamos más que lo que dos personas desconocidas hablarían. Sin embargo las miradas y lo que no se dice hablaron por nosotros.
Ella uso la indiferencia, yo apenas pude articular palabra.
Ella ganaba la batalla mientras yo perdía el norte.
De todo aquello que hubo entre nosotros poco queda ya. Ella ha rehecho su vida mientras yo sigo vagando por la mía en busca de alguien que me saque esa espina.
Aún y con todo eso ya tengo en mi mano el documento que acredita que todo ha acabado. Al fin.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Beer & Coffee.

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Nos conocimos en una cafetería. Estaba abarrotada y sólo había un hueco libre en una mesa; ocupada también.

En aquel rincón de la terraza estaba sentada una chica rubia leyendo una revista.  Pasaba una media hora del mediodía de un agosto cualquiera, de una gran ciudad cualquiera, pero ahí estábamos.

– Perdona, ¿te importa que me siente? –dije.

– No, no. Tranquilo.  –y siguió con la lectura.

Observé a mi alrededor en busca de algún sitio vacío en el que estar solo, pero no encontré nada.

En ese momento, se acercó el camarero a servirle la bebida a la joven. Una cerveza bien fría, servida en una jarra aún más fría, y aprovechó para preguntarme qué deseaba.

– Un café con hielo, por favor. –respondí.

Algo llamó la atención de ella en esas palabras, porque sin dejar que el camarero abandonase la mesa, levantó la mirada por encima de la revista. Una mirada que había evitado los brazos del camarero, que se clavó en mí y que me hizo estremecer.

– ¿No eres de aquí verdad?

– No, ¿cómo lo has sabido?

– Café con hielo. La gente de esta ciudad nunca bebe café con hielo. Ellos prefieren el café caliente, incluso en días como hoy.

– Pues sí, soy de fuera. Hace unos días que he llegado aquí y pensaba encontrarme con una amiga, pero se ve que ha tenido mejores cosas que hacer.

Una gota de sudor se desliza por su cuello. La miro fijamente. Sin quererlo, un halo embriagador me ha envuelto y hace que sienta mi boca cada vez más seca. Llega el café con hielo.

– Gracias. – Y bebo un sorbo.

– Vaya amiga debe de ser esa de la que hablas ¿no?

– Sí, bueno, no hace mucho que la conozco, hará unas pocas semanas. Pero me ofreció venir un fin de semana aquí y eso he hecho. Soy un hombre de impulsos, y este es uno más de ellos. No suelo pensar mucho este tipo de cosas. Así me va.

–¿Y cómo te va? –Toma un trago de cerveza.

Algo tenía esa chica que no podía evitar no contestarle. Aún sabiendo que era una completa desconocida. En ese momento, para mí, sólo era un pelo rubio y unos ojazos verdes.

– Antiguas relaciones. La típica historia de siempre. Relaciones que te apasionan tanto que te crees invencible e indestructible, pero luego algo sucede y te destroza en mil pedazos.

– Ya, suele pasar. Casualmente hoy también se han olvidado de mí. Había un “amigo” que iba a venir, pero es como la tuya, tiene cosas más importantes que hacer. Y ya que estaba por la zona decidí aprovechar y tomarme algo.

– No es un buen día para las citas, por lo que se ve. – El café estaba surtiendo efecto. Taquicardia.

– Parece ser que no. –Y clavó su mirada en los míos.– ¿Tienes los ojos raros? ¿Te encuentras bien?

“¿Qué coño me está pasando contigo?  ¡Si no te conozco de nada!”

– Sí sí, estoy bien. Serán las lentillas, llevo varías horas con ellas puestas.

Me levanté un momento en dirección al baño para refrescarme algo más que la cara. Me crucé con el camarero que nos había servido las bebidas, me dijo donde estaba el baño y fui hacia la puerta con el muñequito del niño del orinal.

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Cuando volví ella estaba terminándose su bebida, y en ese momento pude sentirme como si fuese la espuma que quedó en sus maravillosos labios rosados. Labios que ahora se limpiaba con una servilleta de esas que tanto odiamos en las cafeterías.

Mientras tanto, yo me ponía cada vez más nervioso. Hecho que no tardó en detectar la señora que se sentaba junto a nosotros cuando tropecé con su bolso y lo tiré al suelo. Lo recogí y me disculpé, pero eso no evitó que me dedicase un gesto de desprecio digno de la más estricta madre reprendiendo a su hijo,

– Odio los secamanos de los bares. Siempre te dejan las manos mojadas por mucho que pegues las manos al aire caliente. ¿No os pasa lo mismo en vuestro baño? -Y me sentí la persona más estúpida del mundo.

"¿Qué pregunta de mierda es esa?"

– Sí, nos pasa lo mismo, pero nosotras tenemos kleenex en el bolso. –Ahora me sentí mucho más inútil que antes.

Disimulé y miré hacia la carretera mientras bebía un poco de mi vaso; intentaba refrescarme un poco más, porque, por si fuera poco, empezaba a notarme las mejillas rojas.

– Toma. –y me da una servilleta. –Límpiate el bigote, se te ha quedado un poco de la espuma del café.

Ya está. "Gracias por su visita." pensé.

– Gracias...

Veo que empieza a recoger su bolso y a enrollar la revista.

– ¿Te vas?

– Sí, tengo cosas que hacer en casa. Mañana empiezo a trabajar y quiero estar tranquila esta tarde.

– De acuerdo. Pues ha sido un placer conocerte.

– Igualmente. Por cierto, las bebidas están pagadas. –se coloca el fleco– Ya nos veremos.

Y se fue. Mientras, ahí me quedé yo con cara de pasmado, con la servilleta arrugada y manchada de café en mi mano. Notando la mirada de la señora del bolso otra vez en mi cara. Seguía teniendo esa mirada de madre, pero ahora parecía más una de esas que hablan en el patio interior del bloque.

Cuando me terminé la bebida me di cuenta que en el posavasos de mi café había algo escrito:

“Siento mi curiosidad y mi frialdad, es algo que no puedo evitar. Pero si algún día vuelven a olvidarse de ti, este es mi número. Ha sido un placer conocerte”.

Y entonces vi que el cerco que dejó su vaso en la mesa no era la única marca que había allí en aquel momento. 

No sé qué tenía esta chica. No sé qué me estaba pasando. Pero lo único que podía saber a ciencia cierta, era que algo le había afectado de la misma manera en que ver el cerco de su cerveza en la mesa me había afectado a mí.

Una cafetería abarrotada de gente y dos supuestos amigos que se olvidan de otros. Los únicos ingredientes necesarios para que dos personas totalmente opuestas se conozcan.

Eso, una cerveza, un café y hielo. Mucho hielo.

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(Publicado originalmente en Chatarra Espacial el 5/01/2013)

sábado, 21 de septiembre de 2013

Servido en bandeja.

Me dijiste lo que a todas las personas que se acercaban a tu barra, esa gente a la que dedicabas la mejor de tus sonrisas. Ese era al fin y al cabo tu trabajo, dar el mejor servicio posible.

Sin embargo algo había en tu mirada; algo que hizo que me sintiese distinto. 

No eras la mujer más bella que jamás he visto, pero esos ojos verdes me habían mirado de una forma que me hicieron verte como tal. Yo, ese mismo que se sentaba frente a ti tras una barra ahora se sentía más desprotegido que nunca.

Te pedí lo que ofertaba tu local, me lo serviste rápidamente pero, cosas del destino, el grifo de la bebida no funcionaba y tuve que esperar. "Sí, no te preocupes, yo espero"-dije. 

A los pocos minutos se solucionó el problema y me preguntaste si deseaba algo más. Otra vez la sonrisa. Sí que quería algo más, pero no estaba en la carta. Así que pagué. Por suerte para mí no había billetes pequeños en la caja registradora con los que darme el cambio, así que me lo diste en monedas. Esto hizo que pudiese tocar tu mano, y quise agarrarla con fuerza, pero no, no me atreví. No era el momento ni el lugar.

De nuevo se asomó esa simpática mueca en tu rostro.

Terminé mi comida y me levanté de la mesa. "Gracias, hasta luego" nos dijimos. Tú seguiste a lo tuyo y yo a lo mío. "Nunca sabré nada más de ti" pensé.

Me di la vuelta y salí de tu terraza. Cuando estaba a punto de atravesar la puerta me percaté de que la cartera no la tenía en la mano como cuando llegué, me di la vuelta con la esperanza de volver a verte aunque fuesen sólo unos segundos, pero no, la tenía en el bolsillo. Aún así levanté la mirada con la esperanza de encontrarme con la tuya, estúpido movimiento el mío porque lo máximo que alcancé a ver fue tu pelo recogido y cómo el siguiente cliente te devolvía la sonrisa.

Ese era al fin y al cabo tu trabajo, dar el mejor servicio posible con la mejor de tus sonrisas.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Señores de otros planetas.

Mientras me adaptaba a mi nueva vida como superhéroe visité una cafetería en la Tierra. Adopté mi forma de “persona normal” y entré en ella. Ahí estaba yo, con mi camiseta roja con un rayo en la que se podía leer “Bazinga”, que lo vi por ahí, aunque no entiendo el chiste. Me dirigí al mostrador y pedí un café con leche, pero de repente algo pasó que me llamó la atención, el chaval que me atendía no sabía qué era eso y me ofreció varios productos: capuccino, frapuccino y otros chinos que no recuerdo. Total, que le señalé un vaso que había por ahí y me lo sirvió lleno de café.

Al girarme, vi una muchedumbre que se agolpaba alrededor de las mesas. En todas menos en una. Allí se encontraba un joven que parecía estar haciendo algo como dibujar, a diferencia del resto de las personas, que se encontraban inmersos en unos pequeños aparatos con una fruta estampada en el reverso.

– ¿Te importa que me siente? – Pregunté educadamente, porque otra cosa no, pero mi madre me crió bien y aunque tolete, educado soy.

– ¡No , no! ¡Por favor! Siéntate. Me encanta conocer gente nueva. –me extrañó su respuesta.

El joven tenía un sombrero que dejaba entrever su flequillo entre éste y unas gafas de carey sin cristales, todo esto acompañado de un bigote. Ahora de cerca pude confirmar mis sospechas, dibujaba a una persona. Tampoco le di mayor importancia.

A todo esto, yo seguí con mi cafecito en la mano. Y cuando iba a leer una revista “GQ” que había por ahí –que supuse que era suya–  de repente me dijo.

– ¿Te importa que te haga una pregunta?

– Depende, dime.

– ¿Nunca te has preguntado cual de tus padres terminó primero cuando te concibieron? Y lo que es más importante, ¿quién disfrutó más?

Me quedé por un instante sin palabras, pero pude juntar unas palabras para contestarle.

– Eso son dos preguntas… además, ¿quién se pregunta esas cosas? ¿te crees que eso es norm...

– Un “sapiofail”.

– ¿Un qué?

– “Sapiofail”. –me lo escribió, se escribía “sapiophile”. Siempre quiero saber más porque eso me hace más atractivo entre la gente que son como yo, los “sapiophiles”, que somos gente que se siente atraída por la inteligencia del prójimo.

– ¿Eh?

– No te preocupes, es normal que no hayas oído hablar de esto.

Empezó a comentarme que su principal meta era conocer la respuesta a esas preguntas que me hizo. Estuvimos buena parte de esa tarde hablando, tanto fue así, que no sé ni cómo, pero la conversación derivó en sus gustos cinéfilos, en cómo el cine sueco que cuentan historias de la edad media ya no le llenaban, que ahora lo que prefiere es el cine kazajo; también me comentó que no le gusta los teléfonos móviles, que es inútil seguir usándolos en estos días como teléfonos, y aprovechó para sacarle una foto a mi taza de café.

Después de todo esto, acabé mi café, y cuando me iba a levantar me hizo un gesto para que esperara, me pasó su dibujo firmado, era una especie de autoretrato. Se podía leer abajo del todo lo que supuse eran sus iniciales: “B.W.”, a lo que él añadió:

– Por cierto, que no te lo había dicho, mi nombre es Bruno, aunque mis amigos me conocen por Bruce, y sé de donde vienes.

No pude pensar otra cosa en el camino de vuelta.

(Publicado originalmente en Chatarra Espacial el 20/09/2012)

Línea discontinua.

Siempre nos reunimos los mismos, en el mismo sitio, en la misma ciudad, a la misma hora.
Siempre recorro la misma distancia.
Siempre la misma carretera.
Las mismas ruedas siempre se gastan en el mismo asfalto una y otra vez.

Siempre.

De noche.

Nunca me abandona esa sensación.
Nunca me deja solo.
Nunca me deja cuando vuelvo a casa. Esa carretera cuya línea discontinua separa una vía de otra es la misma que, a modo de cremallera, va abriendo mi cabeza.
Nunca se cierra. Nunca lo hará.
Nunca me decido a contar lo que siento. Nunca me salen las palabras. Nunca me he sentido con la motivación suficiente.

Nunca.

Hasta hoy.