lunes, 11 de noviembre de 2013

Aquel señor del parque.


Después de un día intenso lo que más me apetecía era ir a mi rincón favorito de la ciudad. El parque que hay a tres manzanas de mi facultad. 

Me senté donde siempre, aquel banco justo al lado de los toboganes de los niños. A esas horas de la tarde los niños estarían resguardados en sus casas haciendo los deberes, con suerte, o enganchados a la videoconsola que su padre no puede resistirse a darle. Sólo estábamos algunas palomas y yo.

Pasaron unos diez o quince minutos. No lo recuerdo exactamente, sólo sé que fueron cuatro canciones.

Y a aquel banco se acercó un anciano. El típico anciano algo encorvado con una bolsa de lo que parecían ser migajas de pan del día anterior. Todo hacía indicar que se iba a sentar junto a mí, y así fue.

Dijo algo, pero no logré leerle los labios, así que lo mínimo que debía ser era quitarme los auriculares. No hay que ser maleducado. 

- ¿Dijo algo?

- Sí, que si no te importaba me iba a sentar aquí. -y esbozó una sonrisa cómplice.

- Por supuesto que no caballero.

En el fondo sí que me importaba pero el respeto está infravalorado en estos días y es lo mínimo que hay que tener con nuestros mayores.

Iba a ponerme otra vez los auriculares pero en ese momento unas palabras suyas interrumpieron el gesto.

- ¿Sabes que este es mi sitio favorito del parque? Vivo en ese bloque de allá y siempre que puedo me vengo al parque a dar de comer a las palomas. La televisión nos sirve para nada y leer me cansa mucho la vista.

- No lo sabía. Supongo que tiene razón, en la televisión lo único que se ve hoy en día son gritos y miserias. No merece la pena.

- Tampoco merece la pena que pienses tanto las cosas chico.

- ¿Cómo dice?

- Lo que acabas de escuchar hijo. Cuando venía hacia acá pude ver que tenías una actitud reflexiva. Como si algo no te dejara tranquilo. 

- Así es caballero. Tengo muchas cosas rondándome la cabeza estos días.

- Si me permites un consejo de persona que ha pasado mucho en esta vida, no te esfuerces en solucionar cosas que escapan a tu mano. Intenta amoldarte a la situación y sobrellevarla

¿Qué sabrá este señor de lo que a mí me pasa?

- Supongo que tiene razón. Pero es difícil. 

- Lo sé hijo. Lo sé. Y siento que tenemos muchas cosas en común, empezando por este banco y esta actitud. Yo era igual a tu edad.

- ¿Y cómo ve esa época ahora que ya ha sobrellevado esos pensamientos?

- No lo he sobrellevado. Pero he aprendido a vivir con ello. Son las taras que debes pagar cuando tienes un alma de espejo. De esas almas que invitan a la reflexión de aquellos de los que te rodean. Pero bueno, he de irme a casa. Mi mujer me espera para cenar y no me gusta hacerla esperar. Disfruta tu vida joven, espero volver a verte por aquí otro día. Un placer.

El anciano me dejó sin palabras. La música me había absorbido. Llegué a mi casa, me quité la mochila, tiré las llaves sobre la mesilla de la entrada y cerré los ojos. Al volver a abrirlos, sin saber cómo ni cuándo, encontré una señora que me llamaba para cenar. Me asusté y corrí a mi habitación. Miré al espejo y allí estaba. Era aquel señor del parque.

(Foto)

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