viernes, 24 de enero de 2014

Barra espaciadora.

Hace cuatro horas que abrimos el local y todavía no consigo distraerme de la conversación que tuvimos antes Leticia y yo. Intento despachar la mayor cantidad de copas posible para evitar pensar en las tres palabras tan típicas y famosas que salieron de su boca: "Tenemos que hablar".

Hablamos, y sí, como mandan los cánones del cine, lo dejó conmigo. Después de 3 años y medio dice que necesita algo de espacio, que esto ya no es lo que era, que no siente lo mismo, bah... Lo de siempre.

Siempre ha sido muy aficionada al séptimo arte.

Por desgracia esto de estar jodido por dentro a tu jefe le importa más bien poco, siempre y cuando la cuenta sea la correcta al final de la noche, así que no me quedaba otra opción que servir copas como cualquier noche de martes a sábado.

Me molestaba todo. "So payaso" de repente se convertía en una cuestión personal, me acordaba de todos los familiares de Quique González, Franz Ferdinand me tocaba los huevos (su grupo favorito desde el 2008 cuando los vio nosédonde estando de Erasmus). Todo.

Y, joder, ahora un blues. De esos blues que no te dan ganas sino de plantarle un gran beso a tu Jack Daniel's y beberte a tu novia de un sorbo. O al revés.

El caso es que yo seguí con mi mala hostia. Malponiendo copas e intentando dispersar mis pensamientos.

No obstante, entre toda la gente del bar, más allá de aquella pareja de lesbianas que se comían a besos camino del baño, más allá de aquella pareja de treintañeros temerosos de que la vida se les acabe, había una persona sentada justo frente a la barra. Una chica bastante guapa que jugueteaba con una jarra de cerveza a medio beber. Una jarra que supuse le habría servido yo, pero que tristemente había obviado a quién iba dirigida, fijándome simplemente en su billete de cinco euros. O de diez, o de veinte, a saber.

Me atrajo muchísimo. Por un momento no pude dejar de mirarla, tenía cara de llamarse Silvia. Uno de esos nombres que se te deslizan entre tu lengua y sus labios. Cómo se abstraía de la conversación de sus dos amigas y miraba la cerveza burbujear. Era imposible no echar un vistazo de vez en cuando hacia donde ella estaba.

Un rato después, sin mediar palabra, sus amigas se levantan y ella hace lo propio. Se pone su bufanda y el abrigo y mira hacia la barra. Me pilla mirándola. Fue entonces cuando llené demasiado una caña. Salvé la situación dejando el vaso en el escurridor y cuando levanto la cabeza la veo sonriéndome. Es entonces cuando vuelvo a mirar al vaso para dárselo al cliente.

Lo siguiente que recuerdo es la puerta cerrándose tras la última de sus amigas.

"Mira lo que has conseguido Silvia" pensé.

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